domingo, 3 de mayo de 2015

PIEDRAS EN EL ESTANQUE:
Flora.
 
                                   “Soñé que mi sueño soñaba”
 
 
            Ella era bella y lo sabía. Quizá por eso había ido rechazando, uno a uno,  a sus variados pretendientes. Ella, bella entre las bellas, buscaba alguien a su altura, no solo física, sino también culturalmente. Ella ocultaba su falta de estudios suplida por su vasta lectura simultánea de clásicos y diccionario. Flora vivía en un mundo imaginario con deslices de realidad, su mente plagada de anhelos irrealizables era al mismo tiempo: su evasión y su condena. Y era por esto por lo que nunca terminaba de escuchar a sus conocidos; a media frase dejaba vagar su imaginación al tiempo que su mirada levantando en su interlocutor la impresión de dejarse seducir con sus palabras, pobre y mortal charlatán, que caía de bruces al silencio al encontrar una respuesta, las veces que se dignaba, tan lejana como despectiva. A Flora se le iba la vida en sueño, y su pecho ya hace tiempo que dejó de incitar al Sol para mirar más abajo, en opuesta dirección a su pensamiento.
            Flora, se imaginaba sentada al borde del estanque, con un traje de flores trenzadas muy ligero; en su mano derecha un ramo de margaritas que con su mano izquierda dejaba caer suavemente una a una acompañadas de un deseo.
            El estanque repartía a su capricho cada flor en su líquido mundo; tan parecido, creía Flora, al néctar de su corazón. Flora, cuando acudía al estanque, no podía evitar sentirse observada por su bello amante, desde algún lugar cercano, y medía cada gesto, se acariciaba suavemente el pelo dejando caer algún ramillete en su pecho para poder retirarlo con la mayor sensualidad que su naturaleza la dotaba. Cada movimiento calculado, femenino, sutil seducción que tan solo incumbía a los batracios. Ella, repitiendo eternamente el ritual. El, invisible y eterno observador, fruto de un imaginario deseo y destronado al instante si tangible se mostrara.
            Pero Flora era un sueño, Flora solo existía en este sueño que a Hugo se le repetía incesantemente desde hacía una semana.
 
Hugo.
                                   “Soñé que mi sueño soñaba contigo”
 
            El Zorro, Quijote de otra época se sentía. Hugo, el de la calle Noa le recordaba día a día tras los cristales de su cocina la cruel realidad. No había lugar a engaño, aunque soñado por Flora como héroe intemporal y mudo observador en el estanque, cocinero de restaurante le gritaba una salmón descuartizado sobre su mesa, horrible pez que en nada se asemejaba a sus parientes de su estanque soñado. Él se sentía amado y reconocido en su oculta heroicidad tras los pucheros por una mujer que solo existía cuando la miraba oculto en la mitad oscura del día, la verdadera mitad, la realmente sentida.
            Hugo no era bello como creía, tenía esa mirada dulce del que sufre y es feliz en silencio y que solo parece sueño a los ojos insensibles. Alto, con el vientre propio del obligado a probar todos los platos por su trabajo, de andar levemente cansino y algo descuidado en el traje exterior. El, sin embargo, se sentía de otro modo, sincero, arrollador si era preciso, valiente, fiel si tuviera con quien, defensor de los indefensos y varias virtudes más que para si no se permitía pensar ya que también se consideraba humilde de vocación. Todo esto hubiera forjado un líder entre sus amigos, a no ser por su constancia en ocultarlo a los demás.
Hugo amaba a Flora, pero era incapaz de traerla a su interior estando despierto, esto le hacía sentirse vacío y solo durante las horas del día. La noche era su consuelo y su refugio, se cubría con su imaginaria armadura y se encaminaba feliz por el sendero que conducía al estanque, para traicionarlo poco después y así llegar sin ser descubierto a su mirador de amante amado. Y allí estaba ella, como siempre, con ese traje de flores trenzadas que realzaba su irrealidad. Él sabía que ella lo presentía y que lo cortejaba con su danza de suaves movimientos, lo sabía porque era suya; fruto de su sueño y parte de su propia esencia. Pero cuanto más la soñaba, más independiente la sentía, no podía hacer nada se ella decidía cambiar de vestido o dirigir su aérea seducción en otra dirección. Cuando notó esa vida propia fue cuando más la amó.
Él la veía, ella no a él, Hugo disfrutaba de ese papel de “voyeur” que el onírico destino le otorgaba, por un momento se dejó tentar: transgredir, violar la norma, dejarse ver; nada podía cualquier tentación contra “el caballero del amor”. Cesó. Era la más bella margarita, la reina de las margaritas que flotaban por su mano en el estanque, sumisas ante el designio de su señora, ¡cuidado, mira hacia aquí! Hugo sintió una fría puñalada al agacharse, se había asomado demasiado, con anhelo volvió a mirar, para sentir de nuevo la vida en su corazón. Al fin Elena despertó.
 
Elena:
 
                        “soñé que mi sueño soñaba contigo,
                        Soñé que día no hubiera ya nunca jamás”
 
            Elena no era vulgar, pero le gustaba parecerlo, de esa manera se protegía de algún modo de su sensibilidad. Estaba un poco sorprendida de este sueño que se repetía desde hacía algún tiempo, pero con una buena ducha volvería al fin la protectora realidad. Se desnudó y canturreó algo ininteligible mientras frotaba su cuerpo. Ya ante el espejo pensó que tenía un pecho bonito, peso seguía sin comprender, porqué le excitaba tanto su contacto a Víctor. Se lo imaginó embelesado al mirarle los senos y como pasaba al delirio cuando le concedía el acariciárselos, al fin y al cabo solo son glándulas rodeadas de cuero, según había aprendido en su lejano segundo de medicina. Se puso la blusa verde que tanto le gustaba a Víctor y salió camino de la facultad.
            En el café “los codos”, desgraciado nombre, más que nada por lo gráfico, pensaba Elena, solía desayunar con algunos compañeros, y sin darse cuenta imaginó que lugar ocuparía ella en el estanque de su sueño.
            La bata blanca no resistió la primera muestra que tomó del estanque y se arrepintió de no haber traído más cuando la enviaron a hacer el estudio epidemiológico de salubridad de aquella charca, como ella la llamaba, pero lo importante es que los tubos estaban llenos y posiblemente con esta muestra le bastaría y podría volver pronto a casa.
            Se sorprendió al ver a la extraña mujer que parecía querer fertilizar el estanque lanzándole margaritas; no le concedió más tiempo en su ocupada mente y se dirigió al laboratorio de campaña que había instalado la universidad cerca de la charca. Era la hora del microscopio, y eso sí que le gustaba, además el biólogo que compartía con ella el estudio era un plato que quería preparar con calma.
 
            Me inclino por Elena, se dijo Héctor tras apagar de un manotazo el despertador que le había regalado su odiosa tía Noelia, y trató de retener el sueño del que con desgana le obligaba a salir la aburrida realidad.
 
Héctor:
                                   “soñé que mi sueño soñaba contigo
                                   Soñé que día no hubiera ya nunca jamás
                                   Soñé vivir  mi sueño y al fin así,
                                   Amor encontrar”
 
            Héctor era biólogo y por un instante pensó porqué la universidad había mandado a una doctora a hacer el trabajo de un biólogo. Inmediatamente recordó que había un colega suyo esperando en el laboratorio de campaña; pero, ¿que estoy haciendo?, estoy discutiendo con una universidad que solo existe en un sueño, seré iluso, por un momento lo sentí real. Venga Héctor, tienes las neuronas en hibernación desde que se te repite ese dichoso sueño, se dijo para sí, a ver si te despiertas del todo que fuera te espera el mundo.
            No sin cierta desgana, calzo sus zapatillas nuevas y salió en dirección a la cocina, preparó la cafetera y la puso al fuego; mientras se hacía, recordó que había comprado un disco de Dizzy y lo paladeó al tiempo que el café. ¡Cuánto le hubiera gustado vivir esa época! adoraba el Jazz, quizá por esa fingida aleatoriedad que transmitía tan parecida a su interior. Le arrebataba el intento de liberación del solista y su excursión en vano para volver irremediablemente a la melodía que, aunque bella, él la sentía limitada como su propia vida. Sin querer recordó su insistente sueño y al igual que sus personajes imaginó que lugar ocuparía él.
            En la tienda no hacía frío y tras preparar para el micro las últimas muestras que había traído Elena, decidió encender un cigarrillo mientras la esperaba.
            ¡Hola!, dijo ella al entrar con una bata antes blanca, mira como me he puesto en la dichosa charca, desprendiéndose de ella y dejando ver una blusa verde que rivalizaba con sus ojos y anunciaba un tórax casi perfecto.
            ¿Cómo se te ocurre ponerte eso para ir la estanque, no será la famosa deformación profesional que parece innata en los médicos?, preguntó Héctor tras recorrerla con sus ojos sin olvidar ningún recodo.
            No querrás que destroce el pantalón, prefiero mancharme cien veces la bata. Además, que yo sepa, no te he pedido tu opinión querido compañero. ¿Has preparado las muestras?
            Si, pero aún no he empezado a mirarlas, te esperaba para que fueras testigo de que la inteligencia también existe fuera de la facultad de batas, dijo Héctor con el tono de sorna que usaba siempre que alguien le gustaba. Realmente Elena era la mujer de sus sueños y en este caso dicho con toda propiedad pues era fruto de su imaginación, aunque despierto había demasiados estímulos para sentirla en plenitud. Decidió que si podía controlar esta noche su sueño intentaría conquistarla, lenta pero irremediablemente.
            Ya era hora, ducha, ropa y calle, bajó las escaleras de su casa contento por la cita que tendría, tarde, con su Elena. Arrancó y con cierta prisa tomó la autovía del Sur, la más directa a la empresa de conservas donde trabajaba. Siempre coincidía en la carretera con esos gigantescos camiones que transportan coches, dudosamente fijos en sus plataformas, y que producían en él cierto desasosiego hasta que conseguía adelantarlos. Salen a la misma hora que yo, pensó, al enfilar  su salida habitual.
            La llave no acababa de funcionar bien y Héctor estaba ya deseando entrar, al fin, giró lo preciso y abrió. Cerró de un taconazo y lanzó sus zapatos a lo largo del pasillo con un brusco y certero giro de tobillo.
            ¡Puff, que ganas tenía de llegar! Qué asco de fábrica, y pensar que yo estudié biología para ser investigador, hacer trabajos de campo con una cámara en una tienda de campaña camuflada, bajo la lluvia. Esa era su verdadera vocación o también surcar los mares buscando las últimas cuevas de tiburones en las Antillas. Y mírate, ahora verificas la esterilidad de miles de botes metálicos al día. Piénsalo de esta manera, se dijo, gracias a ti, miles de personas se alimentan sin peligro, ¿no? Sonrió y se mandó a tejer telas de colores para los peces del estanque. En ese momento se acordó de Dizzy y respirando hondo se desprendió de toda su ropa menos los calzoncillos largos, reciente descubrimiento para él y que le permitía moverse en casa sin importarle que estuviesen las ventanas abiertas, pues lo consideraba de lo más decente, además de cómodo. Cogió su petaca de tabaco inglés y se relajó con su música y el ondular del humo frente a él.
            Elena también dormía, pues fue Hugo quien aparecía cortando con un enorme cuchillo varios filetes de un venado aún caliente. Era la convención anual de la Veda Mayor, y decenas de cazadores de la región se agrupaban en las mesas de su restaurante. El jefe apremiaba.
            Los cazadores desde las primeras luces se habían repartido por cuadrillas para situarse en sus puestos de tiro, todo ello rigurosamente preparado por el nuevo administrador de la finca, para evitar, los no infrecuentes accidentes de años anteriores.
            Tras el ruido, el silencio; tras el polvo, la sangre. El venado pasó a la inconsciencia desde la conciencia animal y ahora era carne en las manos de un Hugo experto y apresurado.
            Ya en casa buscó su sueño y de nuevo encontró a Flora, como siempre, reclinada en el borde del estanque. Su semblante, sin embargo, no era el de siempre, más duro hoy, más frío.
            Un latido helado recorrió la mente de Hugo. No veía amor en el rostro de Flora. Ya no había margaritas flotando en el agua y su piel hablaba de cansancio, desesperanza. De pronto se levantó y sin alzar la vista avanzó mecánicamente hacia el agua. Hugo no podía creer lo que veía. Poco a poco Flora se hundía, el fondo del estanque estaba formado por un lodo negro en el que se iba perdiendo Flora sin poder ya Salir.
            Hugo no dudó, salió de su escondite y cuando iba ya a lanzarse a salvar a su amada ilusión, despertó.
            Un sudor frío en la oscuridad le hizo volver a la realidad y respiró aliviado por un segundo al pensar que era sólo un sueño; pero, ¿y si el sueño tenía vida propia?; ¿y si Flora seguía hundiéndose sin estar él allí para poder salvarla? Se sintió desgarrar el corazón ante la sospecha. Tenía que volver a dormir inmediatamente, si dejaba pasar el tiempo Flora moriría ahogada.
            Cerró los ojos y con todo su afán intentó volver a dormir. Era inútil, se había desvelado, pasaron quince minutos, Flora no podría resistir. Corrió a la cocina tropezando con todos los muebles y preparó un vaso de leche caliente con brandy y en un terrible estado de desazón permaneció aún otro cuarto de hora hasta volver a dormir.
            Flora flotaba ya inerte rodeada de hojas muertas. Imagen vacía de un amor que huyó del lado de la vida.
 
 
 
 
 
 
Hugo despertó, contra su voluntad, con un nudo en la garganta, sudando y respirando rápida y ruidosamente. Sentía que se le dormían los brazos y los pies, era un ataque de ansiedad conocido por otros episodios repetidos anteriormente. Buscó torpemente en la mesilla la “ansiedina” como él llamaba a la benzodiacepina que puso debajo de su lengua, cogió una bolsa de plástico y respiró repetidamente dentro de ella.
Esperó.
Sus pensamientos saltaban como si estuvieran hirviendo sobre su conciencia  y poco a poco se fue calmando.
Quizá no estaba muerta, solo finge para hacerme salir de mi escondite.
Lentamente se sintió mejor y se durmió para aparecer tras un gran árbol cuyas ramas abarcaban hasta el centro del estanque. No dudó y empezó a subir, llegaría a la altura de Flora y observaría cualquier movimiento que la delatara.
El golpe fue seco y duro, a la altura del cuello, sobre una boquilla de fuente oculta bajo el agua. No podía mover ni brazos ni piernas pero estaba boca arriba y podía respirar.
Estériles y platónicos amantes flotantes.
 Podría durar mucho tiempo así, pensó Hugo. Al poder girar levemente el cuello conseguía beber agua del estanque, y con el tiempo, podría alimentarse de su amada Flora en descomposición.
 
 
Elena no pudo más y de la cama fue directamente al baño a vomitar, que asco, por favor despiértate y olvida ese sueño, se decía entre arcadas y bocanadas de aire intercaladas.
Al fin, se calmó, limpio los restos dispersos por el baño y decidió ducharse.
Al entrar resbaló y se agarró como pudo a la mampara, recordó que había comprado pegatinas antideslizantes para el suelo de la maldita ducha, pero, ¿dónde los dejaría?
Abrió la ducha y de pronto se acordó, en la leja del baño, cerró el grifo, abrió la mampara y se estiró todo lo que pudo para llegar a ellas.
La base de su cráneo no aguantó el impacto y por su oído derecho, en un hilo de sangre, salía su vida disuelta en plasma y hematíes.
 
¡Joder, con lo que me gustaba!, pensó Héctor al despertarse bruscamente. Miró el despertador y ya era tarde. Maldito despertador, se habrá quedado sin pilas o una maldición más de tía Noelia….
Rápidamente se preparó lo mejor que pudo y salió a la carretera para sortear camiones transporta coches, o cómo demonios se llamen, y se colocó detrás de uno de ellos sin poder adelantarlo. Menos mal que son seguros, pensó, mientras observaba como un cable saltaba de un lado al otro del camión golpeando y sacando chispas del asfalto.
Solo le dio tiempo a pitar para avisar al conductor que  un cable iba suelto casi simultáneamente como se le venía encima toda la carga del último modelo de todoterreno cuyo nombre fue lo último que vio: Opel Insomnia.
           
Fin.                
 
 
 
 
 
 
 Fulgencio Aparicio Carrión