viernes, 25 de septiembre de 2015
viernes, 3 de julio de 2015
domingo, 3 de mayo de 2015
PIEDRAS EN EL ESTANQUE:
Flora.
“Soñé
que mi sueño soñaba”
Ella
era bella y lo sabía. Quizá por eso había ido rechazando, uno a uno, a sus variados pretendientes. Ella, bella
entre las bellas, buscaba alguien a su altura, no solo física, sino también
culturalmente. Ella ocultaba su falta de estudios suplida por su vasta lectura
simultánea de clásicos y diccionario. Flora vivía en un mundo imaginario con
deslices de realidad, su mente plagada de anhelos irrealizables era al mismo
tiempo: su evasión y su condena. Y era por esto por lo que nunca terminaba de
escuchar a sus conocidos; a media frase dejaba vagar su imaginación al tiempo
que su mirada levantando en su interlocutor la impresión de dejarse seducir con
sus palabras, pobre y mortal charlatán, que caía de bruces al silencio al
encontrar una respuesta, las veces que se dignaba, tan lejana como despectiva.
A Flora se le iba la vida en sueño, y su pecho ya hace tiempo que dejó de
incitar al Sol para mirar más abajo, en opuesta dirección a su pensamiento.
Flora,
se imaginaba sentada al borde del estanque, con un traje de flores trenzadas
muy ligero; en su mano derecha un ramo de margaritas que con su mano izquierda
dejaba caer suavemente una a una acompañadas de un deseo.
El
estanque repartía a su capricho cada flor en su líquido mundo; tan parecido,
creía Flora, al néctar de su corazón. Flora, cuando acudía al estanque, no
podía evitar sentirse observada por su bello amante, desde algún lugar cercano,
y medía cada gesto, se acariciaba suavemente el pelo dejando caer algún
ramillete en su pecho para poder retirarlo con la mayor sensualidad que su
naturaleza la dotaba. Cada movimiento calculado, femenino, sutil seducción que
tan solo incumbía a los batracios. Ella, repitiendo eternamente el ritual. El,
invisible y eterno observador, fruto de un imaginario deseo y destronado al
instante si tangible se mostrara.
Pero
Flora era un sueño, Flora solo existía en este sueño que a Hugo se le repetía
incesantemente desde hacía una semana.
Hugo.
“Soñé
que mi sueño soñaba contigo”
El
Zorro, Quijote de otra época se sentía. Hugo, el de la calle Noa le recordaba
día a día tras los cristales de su cocina la cruel realidad. No había lugar a
engaño, aunque soñado por Flora como héroe intemporal y mudo observador en el
estanque, cocinero de restaurante le gritaba una salmón descuartizado sobre su
mesa, horrible pez que en nada se asemejaba a sus parientes de su estanque
soñado. Él se sentía amado y reconocido en su oculta heroicidad tras los
pucheros por una mujer que solo existía cuando la miraba oculto en la mitad
oscura del día, la verdadera mitad, la realmente sentida.
Hugo
no era bello como creía, tenía esa mirada dulce del que sufre y es feliz en
silencio y que solo parece sueño a los ojos insensibles. Alto, con el vientre
propio del obligado a probar todos los platos por su trabajo, de andar
levemente cansino y algo descuidado en el traje exterior. El, sin embargo, se
sentía de otro modo, sincero, arrollador si era preciso, valiente, fiel si tuviera
con quien, defensor de los indefensos y varias virtudes más que para si no se
permitía pensar ya que también se consideraba humilde de vocación. Todo esto
hubiera forjado un líder entre sus amigos, a no ser por su constancia en
ocultarlo a los demás.
Hugo amaba a
Flora, pero era incapaz de traerla a su interior estando despierto, esto le
hacía sentirse vacío y solo durante las horas del día. La noche era su consuelo
y su refugio, se cubría con su imaginaria armadura y se encaminaba feliz por el
sendero que conducía al estanque, para traicionarlo poco después y así llegar
sin ser descubierto a su mirador de amante amado. Y allí estaba ella, como
siempre, con ese traje de flores trenzadas que realzaba su irrealidad. Él sabía
que ella lo presentía y que lo cortejaba con su danza de suaves movimientos, lo
sabía porque era suya; fruto de su sueño y parte de su propia esencia. Pero
cuanto más la soñaba, más independiente la sentía, no podía hacer nada se ella
decidía cambiar de vestido o dirigir su aérea seducción en otra dirección.
Cuando notó esa vida propia fue cuando más la amó.
Él la veía, ella
no a él, Hugo disfrutaba de ese papel de “voyeur” que el onírico destino le
otorgaba, por un momento se dejó tentar: transgredir, violar la norma, dejarse
ver; nada podía cualquier tentación contra “el caballero del amor”. Cesó. Era
la más bella margarita, la reina de las margaritas que flotaban por su mano en
el estanque, sumisas ante el designio de su señora, ¡cuidado, mira hacia aquí!
Hugo sintió una fría puñalada al agacharse, se había asomado demasiado, con
anhelo volvió a mirar, para sentir de nuevo la vida en su corazón. Al fin Elena
despertó.
Elena:
“soñé
que mi sueño soñaba contigo,
Soñé
que día no hubiera ya nunca jamás”
Elena
no era vulgar, pero le gustaba parecerlo, de esa manera se protegía de algún
modo de su sensibilidad. Estaba un poco sorprendida de este sueño que se
repetía desde hacía algún tiempo, pero con una buena ducha volvería al fin la
protectora realidad. Se desnudó y canturreó algo ininteligible mientras frotaba
su cuerpo. Ya ante el espejo pensó que tenía un pecho bonito, peso seguía sin
comprender, porqué le excitaba tanto su contacto a Víctor. Se lo imaginó
embelesado al mirarle los senos y como pasaba al delirio cuando le concedía el
acariciárselos, al fin y al cabo solo son glándulas rodeadas de cuero, según
había aprendido en su lejano segundo de medicina. Se puso la blusa verde que
tanto le gustaba a Víctor y salió camino de la facultad.
En
el café “los codos”, desgraciado nombre, más que nada por lo gráfico, pensaba
Elena, solía desayunar con algunos compañeros, y sin darse cuenta imaginó que
lugar ocuparía ella en el estanque de su sueño.
La
bata blanca no resistió la primera muestra que tomó del estanque y se
arrepintió de no haber traído más cuando la enviaron a hacer el estudio
epidemiológico de salubridad de aquella charca, como ella la llamaba, pero lo
importante es que los tubos estaban llenos y posiblemente con esta muestra le
bastaría y podría volver pronto a casa.
Se
sorprendió al ver a la extraña mujer que parecía querer fertilizar el estanque
lanzándole margaritas; no le concedió más tiempo en su ocupada mente y se
dirigió al laboratorio de campaña que había instalado la universidad cerca de
la charca. Era la hora del microscopio, y eso sí que le gustaba, además el
biólogo que compartía con ella el estudio era un plato que quería preparar con
calma.
Me
inclino por Elena, se dijo Héctor tras apagar de un manotazo el despertador que
le había regalado su odiosa tía Noelia, y trató de retener el sueño del que con
desgana le obligaba a salir la aburrida realidad.
Héctor:
“soñé
que mi sueño soñaba contigo
Soñé
que día no hubiera ya nunca jamás
Soñé
vivir mi sueño y al fin así,
Amor
encontrar”
Héctor
era biólogo y por un instante pensó porqué la universidad había mandado a una
doctora a hacer el trabajo de un biólogo. Inmediatamente recordó que había un
colega suyo esperando en el laboratorio de campaña; pero, ¿que estoy haciendo?,
estoy discutiendo con una universidad que solo existe en un sueño, seré iluso,
por un momento lo sentí real. Venga Héctor, tienes las neuronas en hibernación
desde que se te repite ese dichoso sueño, se dijo para sí, a ver si te
despiertas del todo que fuera te espera el mundo.
No
sin cierta desgana, calzo sus zapatillas nuevas y salió en dirección a la
cocina, preparó la cafetera y la puso al fuego; mientras se hacía, recordó que
había comprado un disco de Dizzy y lo paladeó al tiempo que el café. ¡Cuánto le
hubiera gustado vivir esa época! adoraba el Jazz, quizá por esa fingida
aleatoriedad que transmitía tan parecida a su interior. Le arrebataba el
intento de liberación del solista y su excursión en vano para volver
irremediablemente a la melodía que, aunque bella, él la sentía limitada como su
propia vida. Sin querer recordó su insistente sueño y al igual que sus
personajes imaginó que lugar ocuparía él.
En
la tienda no hacía frío y tras preparar para el micro las últimas muestras que
había traído Elena, decidió encender un cigarrillo mientras la esperaba.
¡Hola!,
dijo ella al entrar con una bata antes blanca, mira como me he puesto en la
dichosa charca, desprendiéndose de ella y dejando ver una blusa verde que
rivalizaba con sus ojos y anunciaba un tórax casi perfecto.
¿Cómo
se te ocurre ponerte eso para ir la estanque, no será la famosa deformación
profesional que parece innata en los médicos?, preguntó Héctor tras recorrerla
con sus ojos sin olvidar ningún recodo.
No
querrás que destroce el pantalón, prefiero mancharme cien veces la bata. Además,
que yo sepa, no te he pedido tu opinión querido compañero. ¿Has preparado las
muestras?
Si,
pero aún no he empezado a mirarlas, te esperaba para que fueras testigo de que
la inteligencia también existe fuera de la facultad de batas, dijo Héctor con
el tono de sorna que usaba siempre que alguien le gustaba. Realmente Elena era
la mujer de sus sueños y en este caso dicho con toda propiedad pues era fruto
de su imaginación, aunque despierto había demasiados estímulos para sentirla en
plenitud. Decidió que si podía controlar esta noche su sueño intentaría
conquistarla, lenta pero irremediablemente.
Ya
era hora, ducha, ropa y calle, bajó las escaleras de su casa contento por la
cita que tendría, tarde, con su Elena. Arrancó y con cierta prisa tomó la
autovía del Sur, la más directa a la empresa de conservas donde trabajaba.
Siempre coincidía en la carretera con esos gigantescos camiones que transportan
coches, dudosamente fijos en sus plataformas, y que producían en él cierto
desasosiego hasta que conseguía adelantarlos. Salen a la misma hora que yo,
pensó, al enfilar su salida habitual.
La
llave no acababa de funcionar bien y Héctor estaba ya deseando entrar, al fin,
giró lo preciso y abrió. Cerró de un taconazo y lanzó sus zapatos a lo largo
del pasillo con un brusco y certero giro de tobillo.
¡Puff,
que ganas tenía de llegar! Qué asco de fábrica, y pensar que yo estudié
biología para ser investigador, hacer trabajos de campo con una cámara en una
tienda de campaña camuflada, bajo la lluvia. Esa era su verdadera vocación o
también surcar los mares buscando las últimas cuevas de tiburones en las
Antillas. Y mírate, ahora verificas la esterilidad de miles de botes metálicos
al día. Piénsalo de esta manera, se dijo, gracias a ti, miles de personas se
alimentan sin peligro, ¿no? Sonrió y se mandó a tejer telas de colores para los
peces del estanque. En ese momento se acordó de Dizzy y respirando hondo se
desprendió de toda su ropa menos los calzoncillos largos, reciente
descubrimiento para él y que le permitía moverse en casa sin importarle que
estuviesen las ventanas abiertas, pues lo consideraba de lo más decente, además
de cómodo. Cogió su petaca de tabaco inglés y se relajó con su música y el
ondular del humo frente a él.
Elena
también dormía, pues fue Hugo quien aparecía cortando con un enorme cuchillo
varios filetes de un venado aún caliente. Era la convención anual de la Veda
Mayor, y decenas de cazadores de la región se agrupaban en las mesas de su
restaurante. El jefe apremiaba.
Los
cazadores desde las primeras luces se habían repartido por cuadrillas para
situarse en sus puestos de tiro, todo ello rigurosamente preparado por el nuevo
administrador de la finca, para evitar, los no infrecuentes accidentes de años
anteriores.
Tras
el ruido, el silencio; tras el polvo, la sangre. El venado pasó a la
inconsciencia desde la conciencia animal y ahora era carne en las manos de un
Hugo experto y apresurado.
Ya
en casa buscó su sueño y de nuevo encontró a Flora, como siempre, reclinada en
el borde del estanque. Su semblante, sin embargo, no era el de siempre, más
duro hoy, más frío.
Un
latido helado recorrió la mente de Hugo. No veía amor en el rostro de Flora. Ya
no había margaritas flotando en el agua y su piel hablaba de cansancio, desesperanza.
De pronto se levantó y sin alzar la vista avanzó mecánicamente hacia el agua.
Hugo no podía creer lo que veía. Poco a poco Flora se hundía, el fondo del
estanque estaba formado por un lodo negro en el que se iba perdiendo Flora sin
poder ya Salir.
Hugo
no dudó, salió de su escondite y cuando iba ya a lanzarse a salvar a su amada
ilusión, despertó.
Un
sudor frío en la oscuridad le hizo volver a la realidad y respiró aliviado por
un segundo al pensar que era sólo un sueño; pero, ¿y si el sueño tenía vida
propia?; ¿y si Flora seguía hundiéndose sin estar él allí para poder salvarla?
Se sintió desgarrar el corazón ante la sospecha. Tenía que volver a dormir
inmediatamente, si dejaba pasar el tiempo Flora moriría ahogada.
Cerró
los ojos y con todo su afán intentó volver a dormir. Era inútil, se había
desvelado, pasaron quince minutos, Flora no podría resistir. Corrió a la cocina
tropezando con todos los muebles y preparó un vaso de leche caliente con brandy
y en un terrible estado de desazón permaneció aún otro cuarto de hora hasta
volver a dormir.
Flora
flotaba ya inerte rodeada de hojas muertas. Imagen vacía de un amor que huyó
del lado de la vida.
Hugo despertó,
contra su voluntad, con un nudo en la garganta, sudando y respirando rápida y
ruidosamente. Sentía que se le dormían los brazos y los pies, era un ataque de
ansiedad conocido por otros episodios repetidos anteriormente. Buscó torpemente
en la mesilla la “ansiedina” como él llamaba a la benzodiacepina que puso
debajo de su lengua, cogió una bolsa de plástico y respiró repetidamente dentro
de ella.
Esperó.
Sus pensamientos
saltaban como si estuvieran hirviendo sobre su conciencia y poco a poco se fue calmando.
Quizá no estaba
muerta, solo finge para hacerme salir de mi escondite.
Lentamente se
sintió mejor y se durmió para aparecer tras un gran árbol cuyas ramas abarcaban
hasta el centro del estanque. No dudó y empezó a subir, llegaría a la altura de
Flora y observaría cualquier movimiento que la delatara.
El golpe fue
seco y duro, a la altura del cuello, sobre una boquilla de fuente oculta bajo
el agua. No podía mover ni brazos ni piernas pero estaba boca arriba y podía
respirar.
Estériles y
platónicos amantes flotantes.
Podría durar mucho tiempo así, pensó Hugo. Al
poder girar levemente el cuello conseguía beber agua del estanque, y con el
tiempo, podría alimentarse de su amada Flora en descomposición.
Elena no pudo
más y de la cama fue directamente al baño a vomitar, que asco, por favor
despiértate y olvida ese sueño, se decía entre arcadas y bocanadas de aire
intercaladas.
Al fin, se
calmó, limpio los restos dispersos por el baño y decidió ducharse.
Al entrar
resbaló y se agarró como pudo a la mampara, recordó que había comprado
pegatinas antideslizantes para el suelo de la maldita ducha, pero, ¿dónde los
dejaría?
Abrió la ducha y
de pronto se acordó, en la leja del baño, cerró el grifo, abrió la mampara y se
estiró todo lo que pudo para llegar a ellas.
La base de su
cráneo no aguantó el impacto y por su oído derecho, en un hilo de sangre, salía
su vida disuelta en plasma y hematíes.
¡Joder, con lo que me gustaba!,
pensó Héctor al despertarse bruscamente. Miró el despertador y ya era tarde.
Maldito despertador, se habrá quedado sin pilas o una maldición más de tía
Noelia….
Rápidamente se preparó lo mejor que
pudo y salió a la carretera para sortear camiones transporta coches, o cómo
demonios se llamen, y se colocó detrás de uno de ellos sin poder adelantarlo.
Menos mal que son seguros, pensó, mientras observaba como un cable saltaba de
un lado al otro del camión golpeando y sacando chispas del asfalto.
Solo le dio tiempo a pitar para
avisar al conductor que un cable iba
suelto casi simultáneamente como se le venía encima toda la carga del último
modelo de todoterreno cuyo nombre fue lo último que vio: Opel Insomnia.
Fin.
viernes, 30 de enero de 2015
Insomnio
Hoy no duermo
Hoy no duermo
Se mezclan demasiadas sensaciones
Al tiempo sueño, al tiempo alerta
Hoy no duermo
Ella descansa, coqueta
Yo la velo en silencio
Al pequeño y a ella
Hoy no duermo
Ellos si
Insomne guardián de sueños soy
Los sueños que otros realizan
Pues ninguno mío ya queda
Hoy no duermo
Mañana quizás si
Si logro dividir mi mente despierta
Y cuarteada digerirla
Y así
Aún a trozos
Dormir.
Fulgencio Aparicio Carrión.
No es el final
Un final
No tengo poemas que cantarte hoy
Siento que mi fuente ya no mana
Tu aroma a hiedra no me seguirá
Noto tu presencia muy lejana
¡No creas que voy a morir por ti!
Encuentro palabras de condena
Que en el fondo quieren que vuelvas a mí
Mi error fue creer que eras mía
Y al pedir tu firma te perdí,
¡No creas que voy a morir por ti!
No quiero volverte a ver
Y deseo que estés aquí
Siento frio en mi piel
No sé si sabré andar
Sin ti.
Por más que quiero, no puedo llorar
Tanta rabia dentro no me deja hablar
Creo que alguien dijo que era adulto ya
Pero nadie enseña a mi vacío llenar.
¡No creas que voy a morir por ti!
El trabajo apremia, no hay perdón
aquí,
Presento un cuerpo, vacío de ti
Busco cualquier excusa para reír
Y mi risa amarga, se ríe de mí.
¡No creas que voy morir por ti!
Fulgencio
Aparicio Carrión.
La quería
Os juro que la quería
Y la quiero
Pero somos dos universos
Uno grande y otro extenso
Cercanos pero aún lejos
Yo le ofrezco mi Sol
Ella un rayo, a lo lejos
Yo tormentas de espuma
Ella aún no sabe que es eso
Ella espera una brisa
Yo un ciclón desencadeno
Yo le hablo de amor
Ella mira al espejo
Yo le digo pasión
Ella cree que es solo sexo
Yo le pido atención
¿más? Me dice, no lo entiendo
La amo, a veces sin saber
Pero la amo.
Ella dice que me ama
Yo no sé si me ama de lejos
Ya no sé si algún día
Podremos llegar a entendernos
Yo lo intento os lo juro
Y ya no sé cómo hacerlo.
F.A.C.
13-07-1989
Poemoides 2
Hoy me ha vuelto a pasar
He vuelto a ir más allá
Más con la razón he chocado,
Con lo hecho he tropezado
Y de allá me han bajado
Sin perdón y sin reparo.
En tus manos veo derrota
En tus ojos tristeza
En tu postura desamparo
Por favor, por favor
No me pidas que te mire el corazón.
¿Sonrío o es solo una mueca?
Mueca sorda como todo gesto.
¡Silencio!,
¡silencio!, el reloj duerme
Y mientras yo, sigo despierto
Quisiera hablar de amor
Más no puedo
Y no sé porqué
¿Y tú? Puedes o no
Si puedes, habla hermano
O mejor, ¡No!, cállatelo
Será lo único humano
Que tengas en tu poder
Y si no puedes, invéntatelo
Porque no sé si ya sabes
Que todo el mundo inventa
Más no es con el corazón
No es con el corazón, hermano
Seguro te lo digo yo
Con un corazón en la mano
No se inventa, se hace amor.
Fulgencio
Aparicio Carrión. 22-02-1987
Poemoides 1
Palabras, palabras sin sentido de los simiónes
Simiónes repetidores de esquemas, que felices
Que felices sois en la ignorancia plena
Os envidio y a la vez os condeno
Sabiendo que no soy quien para ello
Pues posiblemente sea menos feliz que ellos
O quizás viva menos.
Poesía, poesía
Poesía densa y palpable
Nunca vi en ti nada especial
Y mírame ahora,
Ahora te uso para expresarme.
Cuando escribo, ¿soy yo el que escribo?
O ¿eres tú pluma mía que cobras vida
Y me usas como soporte
Para decir lo que deseas?.
Si es lo primero, que pena,
Solo eres un trozo de materia
Pero si la verdad está en lo segundo
Haz de mí el soporte más bello para expresarte.
Fulgencio
Aparicio Carrión. 04-03-1988
Raiz de poemas
RAIZ DE POEMAS
Hola
Hola, me dices, pero no estás
Te miro
Respondes, pero no estás
Respiro
Respiras, pero no estás
Estoy
No estás
¿volverás?
Ordeno mis pensamientos
Flotantes, en mar de miedo
Estructuro, retuerzo, inserto
Me quemo
No puedo
Intento, reblandezco y deseo
Ordeno mis pensamientos
¿Qué más?
Si ni esto puedo.
¿Escribir por placer?
¿Quién?
¿El placer de escribir?
Si
¿Escribir por sufrir?
Siempre
¿El motor de mi mano?
Verte
Oteo el horizonte
No veo
La noche no perdona
Ciego el corazón
No queda nada.
Tierra
No me atrevo
Mar
No me atrevo
Cielo
No me atrevo
No me atrevo a tocar su pelo.
En la huida
Perdí una huella
Me detuve
Volví atrás
Busqué, busqué
No la pude hallar
Así me encontró la muerte
Y el camino, sin andar.
Fulgencio
Aparicio Carrión..
POESIA DE LA
ESPERA
La noche mana silencio
Larga es la espera
Miro, suspiro
No llega.
Tan
La primera
Tan, tan
La segunda
¡ tan, tan, tan ¡
La espera
Te esteraba,
No llegaste
Aún así
Te espero.
Te espero
¿tanto?
¡Cuánto!
En la espera espero tu presencia
En la espera encuentro tu ausencia
En la espera cobra vida,
La hago mia,
En la espera ya no espero,
Acompaño a tu ausencia.
La amo
La temo
¿huyo?
La espero.
Yo no te busco soledad
Te tengo.
Noche
Presencia
Ausencia
Verdad
Instante
Segundo
Eternidad
Espacio infinito
Espacio de dar
Aquello que en ti
Significa crear.
Fulgencio
Aparicio Carrión (traumado).
Presencia.
Presencia
Sé que no estás aquí
Pero te siento cerca
Siento que acabas de sonreír
Y ahora sé que te rascas la cabeza
Pequeña, pequeña, que grande eres para mí
Sin ti me levanto
Pero te siento cerca
Sé que te miras al espejo
Ves, y eso que no estoy allí
Pequeña, pequeña, que grande eres para mi
Hoy hay tormenta
Y sé que no estás aquí
¿Por qué agachas la cabeza?
Mira, vuelves a sonreír
Pequeña, pequeña, que grande eres para mí.
Fulgencio
Aparicio Carrión. Hace años…..
Poemas antiguos...ya quedan pocos. poema del primer amor
Poema del primer
amor
Nunca pensé escribir poemas,
Casi nunca los leí.
Creí, moriría pensando
¿ Poemas ?, No son para mí.
Más ahora que el día acaba,
Y tu recuerdo noto cerca
Nada puede ya evitar,
Que este verso sea por ti.
Maldita seas, maldita
Me creí libre, libre si,
Mas ahora me doy cuenta,
Que soy vino, tú, mi vid.
Vid de siglos soleada
Perfume a vida, a piel desnuda
Vid amiga, vid amada
Soy tu vino, tu mi vid.
Amor, maldito seas
Amor, palabra vana
Tú me traes mil tormentos, mas
¿Qué es amor?, Amor Sin tí.
Yo te quiero, y no lo entiendo,
Yo te quiero, sí, que sí.
Y pregunto a las estrellas
¿Cómo pueden vivir sin ti?
Fulgencio
Aparicio Carrión
Suscribirse a:
Entradas (Atom)