viernes, 26 de abril de 2013

LA CASA Y LAS FIESTAS


La casa y las fiestas

1 la casa

¡Tchiu! ¡Tchiu!, la despertó el canto del jilguero del vecino, plumífero gracioso y multicolor, perfectamente adaptado a su cadena perpetua. El día se mostraba espléndido, al menos lo que entreveíamos tras las cortinas de la habitación y a lo lejos percibíamos ya los sones de fiesta mayor; hoy desfile y concierto en la gran explanada del ferrocarril habilitada ya para el evento desde años anteriores.

                En los ojos de Sara brillaba la excitación, nacida y criada en el pueblo siempre disfrutaba más que su marido del ambiente ruidoso y repetitivo de estos días, se incorporó, reviso el cúmulo de sabanas que cubrían al pequeño Alberto, nacido hacía poco más de un año, y ordenándolas un poco zarandeó a Mario, el cual poniendo cara de acabar de nacer a la vida la miró al tiempo que escuchaba: Anda, hazle las papas al crio.

                Tardo aún un buen rato en comprender qué le decía su mujer tras verla  volver a hundirse entre las sábanas, al no le gustaban demasiado las fiestas, y aunque era de buen carácter y se integraba como el que mas, se cansaba fácilmente de ver y oir siempre lo mismo en estas fechas. A pesar de todo se dijo para sí que al crio le gustarían, siendo hijo de quien era.

                Se destapó y cogiendo sus lentes de la mesilla, se calzó las zapatillas y salió. Entro en el estudio, que era la habitación contigua, y cogío un cigarrillo, lo encendió y salió al balcón a ver como estaba el día.

                Era cierto, se confirmaba la sospecha que se entreveía tras las cortinas, el día era esplendido, por un momento pensó que si lloviera podría quedarse en casa a leer un rato, escribir u ordenar su mesa por enésima vez, pero por ningún lado veía nubes, evidentemente iba a ser un día de mucho jaleo para él. Tchiu Tchiu, le silbo al jilguero del vecino que ya atacaba con desparpajo el resto de su repertorio muy difícil de imitar ya por Mario. Tiró la colilla a la calle, cuidando de que no pasara nadie, y se dirigió a la cocina a proceder con sus obligaciones.

                Del armario superior cogió el recipiente del café y tras decidir usar la cafetera grande para poder repetir más tarde pensó, mientras la ponía al fuego, que las mejores cafeteras son las de tipo italiano sin lugar a dudas ( con los años cambiaría de opinión). Salió de la cocina frotándose los ojos bajo sus lentes y llegó a la habitación, con mucho cuidado bordeó la cama de matrimonio donde se intuía el cuerpo de Sara bajo las sábanas y llegó a la cuna. El monstruito, como él llamaba cariñosamente a su hijo, movía ya un brazo como siguiendo el compás de la lejana música, pero aún tenía los ojos cerrados, pensó que era mejor preparar el biberón puesto que ya estaba a punto de despertar y con ello ya no habría lugar para la tranquilidad en la casa. Salió con más cuidado aún y  en el pasillo tropezó con los bolsos colgados de Sara que pendían de un extraño gancho en la pared. Afortunadamente no se despertó ninguno de los dos y soplando continuo hasta la cocina.

                Aún no había salido el café así que cogió el termo con el agua ya hervida del monstruo y midió, como siempre, 240 ml, rasos, ocho medidas de leche y tres o cuatro de cereales. Lo batió todo y comprobó que estaba aún muy caliente, lo puso en remojo y mientras esperaba subió el café. Se sirvió un buen vaso con leche y disfrutó de los momentos de ficticia soledad que le quedaban antes de comenzar el torbellino cotidiano, hoy incrementado en muchos grados por la fiesta local.

2 preparativos

                No era fácil vestir a Alberto. Era un niño precioso y sano, rubio por su padre y de ojos pardos por su madre, piel pálida por ambos y rebeldía e inconsciencia por sí mismo y su edad.

Estate quieto lagartija que te ponga el pantalón, este crío no se está quieto un instante, decía Mario y Alberto no paraba de reír considerando un juego el evitar que lo vistieran con todas sus fuerzas. ¡Sara!, ¿dónde estás?, ¿no crees que lleva demasiada ropa?, luego seguro que hace mucho calor, decía Mario sabiendo que daba igual el comentario.

                Tú ponle eso que luego seguro que refresca, decía Sara desde el baño con esa autoridad que le daba el ser la madre protectora del muchacho. La chaqueta no se la pongas ahora pero échala en la bolsa que luego hará falta…

                Al fin Alberto posó sus pies, debidamente calzados en un suelo que parecía moverse a su paso, porque no andaba, sino corría tambaleándose pareciendo caerse en cada momento pero milagrosamente controlaba la distancia y en el último instante no pasaba nada sino que aceleraba aún más el paso yendo pasillo arriba y pasillo abajo, pasillo abajo y pasillo arriba murmurando un dialecto ininteligible y pasando de perseguidor a perseguido según quien encontrara en el pasillo. Era realmente la imagen de la frescura y la avidez por una vida recién descubierta y aún incomprendida.

                Mario intentaba hacer la cama mientras Sara seguía en el baño desde el cual recordaba: ¡no dejes de tenerlo a la vista! Mario calculaba exactamente el trayecto que recorría Alberto en el pasillo y tras cerrar todas las salidas, salón, estudio y cocina, se movía rápidamente con las sábanas, asomándose justo en el momento en que Alberto llegaba a uno de los extremos. ¡Papi! Sorprendía Alberto a su padre asomando la cabeza por la puerta de la habitación para salir  corriendo inmediatamente después imaginándose perseguido por su padre. Al fin se acabó la cama mientras sonaba la ducha en el baño. Vamos monstruo, vente que el papa se tome otro café.

                La puerta del baño se abrió y Sara recordó a Mario los inaplazables quehaceres, conditio sine qua non, para poder salir a pasear. Una casa nunca deja de sorprender por su capacidad de dar trabajo…..

3 la fiesta

                La lluvia seguía sin caer y en su lugar el calor fundía superficialmente los cuerpos móviles bajo otra lluvia de notas entrelazadas con desigual acierto. Las caras a la vista y los ojos presos tras opacos cristales que escondían, según el caso, belleza, cansancio, llanto y alcohol; todo uniformado bajo el mismo ritmo, pachum pachum chim pon y otra vez pachum…

                La mayoría eran prohombres, partícipes tanto de las mas profundas muestras de fervor religioso durante la semana santa y portadores sin separación del traje de carnaval bajo el de nazareno y bajo este una piel orgullosa de pertenecerle. Tras o entre ellos, las no siempre más hermosas muchachas del lugar compartiendo con todos su saberse deseadas y envidiadas por unos días…

                Mario bajó los escalones con su hijo en brazos, el pequeño tan solo intuir que iba de paseo se agitaba y reía de alegría imitando el ruido del tambor, que era lo que más le había gustado de sus primeras semiconscientes fiestas.

                Sara salió después preguntando que tal iba, a lo que Alberto dijo “papa” y Mario que guapísima como siempre. Sara concluyó que ya se lo preguntaría a alguien más imparcial como su madre. Nada mas llegar a dicha calle Sara increpó a Mario para que condujera el cochecito por el centro pues hoy estaba cortada la circulación a motor, no era nada fácil para Mario que en cuanto dejaba de darse cuenta, rápida e inconscientemente subía a la acera como buscando protección…

                Ya eran casi las doce y la multitud había tomado la calle. Avanzábamos lentamente esquivando a los sonrientes paseantes, dueños del asfalto por unos días, y de cuando en cuando nos abordaban los pequeños grupos musicales que incitaban al baile con desigual aceptación. Con excesiva frecuencia nos veíamos obligados a parar para recibir los saludos y carantoñas que Alberto agradecía con una elevación de brazos con sonrisa intentando conquistar una porción de asfalto que le liberara del cochecito.

-¡Pero qué guapo vas hoy! Decía “la grilla”, dueña de un quiosco de variedades de gran arraigo en la población mientras su hermano hacia chocantes muecas que resultaban del total agrado de Albertito.

-¡Es igual que tú, Mario, no podrás negarlo!, nos comento por enésima vez Noelia, tía de Eloísa, amiga de Mario y Sara y mujer de Marcos, éste padecía una excelente enfermedad pulmonar que fundamentalmente le causaba fatiga, en más de un sentido, y  obesidad manifiesta, esta excelente enfermedad parecía haberla heredado en parte su hijo que intentaba imitarlo quedándose por desgracia en fatigosa obesidad.

A trompicones y haciendo uso de todos los músculos posibles para esquivar los obstáculos móviles conseguimos llegar a la altura donde nos esperaban Eloísa  y Juan con su hija Lorena.

Buenos días, saludó Eloísa mirando a Alberto. Eloísa era una mujer muy elegante, siempre bien vestida y de andar distinguido. Era de la edad de Sara y albergaba una recóndita tristeza en su sonrisa. Se había casado no mucho después que Sara con Juan, joven también pero menos que Mario. Juan era lo que podíamos llamar un realista a ultranza, preocupado por su salud y buen conocedor de la cara cómica de la realidad a la que parodiaba con especial gracia en no pocos momentos. A Mario le agradaba su compañía al igual que a Sara.

                Lorena era menor que Alberto y se parecía a primera vista más a Juan, pero mantenía en sus ojos esa ternura mezclada con tristeza natal que tanto embellecía a su madre.

Buenos días, replicaron casi a coro Sara y Mario……..

Fulgencio Aparicio Carrión (alrededor de  1995)

viernes, 19 de abril de 2013

El primer escrito......hace muchos años......

Manifiesto anecdótico del camino de crecer
 
 
Nace, tan pequeño como todos y ya en ese momento viene el primer contacto con el mundo y para el es como una sensación succionante (lo sacan con ventosas).
   Es aquí, quizás, el comienzo del trauma.
A una edad temprana sobreviene el segundo "trauma-tismo", en este caso es de manos de su hermano menor, del cual recibe una caricia férrea con el martillo de papa en el centro de su muy castigada cabeza.
   De esta época es su recuerdo del brazo izquierdo siempre sangrante con una herida eterna, efecto, sin duda, de su gran apetencia por abrazar el suelo y también por esta época fueron sus traumatismos de segunda categoría por intentar (al contrario de lo normal) aprender a montar en bici en medio de un frondoso pinar. Puede que la causa sea el que este infante con su mirada adusta e inteligente era en el fondo un deficiente metal profundo.
  A esto último quizá contribuyo el tercer "trauma-tismo" de manos también del mismo hermano ( hoy rebautizado por nuestro creciente como "agente traumático familiar") quién, en un infantil delirio de virilidad, mantenía con las manos sobre su cabeza una piedra de tamaño considerable con tal mala fortuna que vino a caer hacia atrás, y  ya se pueden imaginar que cabeza estaba detrás.
  Todo esto acontece en un pequeño pueblo aislado del mundo y olvidado de la mano de Dios donde sus padres ejercían como maestros de los infantes de las cuatro dispersas casas que allí habían.
 Y de pronto, cuando ya se sentía mas acogido y capaz de desenvolverse por si solo en su pequeño mundo, nuestro infante se traslada a otro pueblo mucho más grande donde toma contacto con otro mundo distinto a su pequeño reino.
  Su primer encuentro con el nuevo colegio y con el primer profesor que no era su padre no pudo ser más desafortunado.
  En su recuerdo perdura el "babi" a rallas y la pequeña puerta verde, que al abrirse le descubrió la existencia de multitud de hombrecillos vestidos también como el, y a la profesora mucho más grande que todos ellos.
  Ya antes de cruzar el umbral le invadió una sensación conocida y urgente.
  En esto la mano de la profesora se apoderó de la suya con un poder y una fuerza insospechada que lo llevó al interior del aula sin poder evitarlo. El sonido de la puerta al cerrarse le hizo sentir un escalofrío. Pero aún así, quizá hubiera aguantado, a no ser porque al observar la distribución de los hombrecillos vió que había dos grandes mesas, una de niños y otra de niñas, con tal mala fortuna que solo quedaba un sitio libre y era en la de niñas. No pudo mas que bajar la mirada al suelo y dejarse llevar por la fuerza letrada.
  Tan solo se hubo sentado volvió a la realidad y escuchó los comentarios y risas que no habían cesado desde que entró. Todo ello y quizás como una puerta de escape hizo que de pronto se sintiera mejor, pero eso si, un poco húmedo, y ese estado suyo alarmó sobremanera a sus mas inmediatas compañeras que no tardaron en dar la noticia, a lo que acompañó la reacción de la profesora y las risas de los, ya desde ese momento, odiados resto de hombrecillos uniformados.
  No se puede expresar con palabras la multitud de sensaciones que pasaron por nuestro hombrecillo en un instante, muchas de ellas, al crecer, le pondría nombres como vergüenza, pánico, impotencia, inferioridad, evasión deseada, etc.....