La casa y las fiestas
1 la casa
¡Tchiu! ¡Tchiu!, la despertó el canto del jilguero del
vecino, plumífero gracioso y multicolor, perfectamente adaptado a su cadena perpetua.
El día se mostraba espléndido, al menos lo que entreveíamos tras las cortinas
de la habitación y a lo lejos percibíamos ya los sones de fiesta mayor; hoy
desfile y concierto en la gran explanada del ferrocarril habilitada ya para el
evento desde años anteriores.
En los
ojos de Sara brillaba la excitación, nacida y criada en el pueblo siempre
disfrutaba más que su marido del ambiente ruidoso y repetitivo de estos días,
se incorporó, reviso el cúmulo de sabanas que cubrían al pequeño Alberto,
nacido hacía poco más de un año, y ordenándolas un poco zarandeó a Mario, el
cual poniendo cara de acabar de nacer a la vida la miró al tiempo que
escuchaba: Anda, hazle las papas al crio.
Tardo
aún un buen rato en comprender qué le decía su mujer tras verla volver a hundirse entre las sábanas, al no le
gustaban demasiado las fiestas, y aunque era de buen carácter y se integraba
como el que mas, se cansaba fácilmente de ver y oir siempre lo mismo en estas
fechas. A pesar de todo se dijo para sí que al crio le gustarían, siendo hijo
de quien era.
Se
destapó y cogiendo sus lentes de la mesilla, se calzó las zapatillas y salió.
Entro en el estudio, que era la habitación contigua, y cogío un cigarrillo, lo
encendió y salió al balcón a ver como estaba el día.
Era
cierto, se confirmaba la sospecha que se entreveía tras las cortinas, el día
era esplendido, por un momento pensó que si lloviera podría quedarse en casa a
leer un rato, escribir u ordenar su mesa por enésima vez, pero por ningún lado
veía nubes, evidentemente iba a ser un día de mucho jaleo para él. Tchiu Tchiu,
le silbo al jilguero del vecino que ya atacaba con desparpajo el resto de su
repertorio muy difícil de imitar ya por Mario. Tiró la colilla a la calle,
cuidando de que no pasara nadie, y se dirigió a la cocina a proceder con sus
obligaciones.
Del
armario superior cogió el recipiente del café y tras decidir usar la cafetera
grande para poder repetir más tarde pensó, mientras la ponía al fuego, que las
mejores cafeteras son las de tipo italiano sin lugar a dudas ( con los años
cambiaría de opinión). Salió de la cocina frotándose los ojos bajo sus lentes y
llegó a la habitación, con mucho cuidado bordeó la cama de matrimonio donde se
intuía el cuerpo de Sara bajo las sábanas y llegó a la cuna. El monstruito,
como él llamaba cariñosamente a su hijo, movía ya un brazo como siguiendo el
compás de la lejana música, pero aún tenía los ojos cerrados, pensó que era
mejor preparar el biberón puesto que ya estaba a punto de despertar y con ello
ya no habría lugar para la tranquilidad en la casa. Salió con más cuidado aún
y en el pasillo tropezó con los bolsos
colgados de Sara que pendían de un extraño gancho en la pared. Afortunadamente
no se despertó ninguno de los dos y soplando continuo hasta la cocina.
Aún no
había salido el café así que cogió el termo con el agua ya hervida del monstruo
y midió, como siempre, 240 ml, rasos, ocho medidas de leche y tres o cuatro de
cereales. Lo batió todo y comprobó que estaba aún muy caliente, lo puso en
remojo y mientras esperaba subió el café. Se sirvió un buen vaso con leche y
disfrutó de los momentos de ficticia soledad que le quedaban antes de comenzar
el torbellino cotidiano, hoy incrementado en muchos grados por la fiesta local.
2 preparativos
No era
fácil vestir a Alberto. Era un niño precioso y sano, rubio por su padre y de
ojos pardos por su madre, piel pálida por ambos y rebeldía e inconsciencia por sí
mismo y su edad.
Estate quieto lagartija que te ponga el pantalón, este crío
no se está quieto un instante, decía Mario y Alberto no paraba de reír
considerando un juego el evitar que lo vistieran con todas sus fuerzas. ¡Sara!,
¿dónde estás?, ¿no crees que lleva demasiada ropa?, luego seguro que hace mucho
calor, decía Mario sabiendo que daba igual el comentario.
Tú
ponle eso que luego seguro que refresca, decía Sara desde el baño con esa
autoridad que le daba el ser la madre protectora del muchacho. La chaqueta no
se la pongas ahora pero échala en la bolsa que luego hará falta…
Al fin
Alberto posó sus pies, debidamente calzados en un suelo que parecía moverse a
su paso, porque no andaba, sino corría tambaleándose pareciendo caerse en cada
momento pero milagrosamente controlaba la distancia y en el último instante no
pasaba nada sino que aceleraba aún más el paso yendo pasillo arriba y pasillo
abajo, pasillo abajo y pasillo arriba murmurando un dialecto ininteligible y
pasando de perseguidor a perseguido según quien encontrara en el pasillo. Era
realmente la imagen de la frescura y la avidez por una vida recién descubierta
y aún incomprendida.
Mario
intentaba hacer la cama mientras Sara seguía en el baño desde el cual
recordaba: ¡no dejes de tenerlo a la vista! Mario calculaba exactamente el
trayecto que recorría Alberto en el pasillo y tras cerrar todas las salidas,
salón, estudio y cocina, se movía rápidamente con las sábanas, asomándose justo
en el momento en que Alberto llegaba a uno de los extremos. ¡Papi! Sorprendía
Alberto a su padre asomando la cabeza por la puerta de la habitación para
salir corriendo inmediatamente después imaginándose
perseguido por su padre. Al fin se acabó la cama mientras sonaba la ducha en el
baño. Vamos monstruo, vente que el papa se tome otro café.
La
puerta del baño se abrió y Sara recordó a Mario los inaplazables quehaceres,
conditio sine qua non, para poder salir a pasear. Una casa nunca deja de
sorprender por su capacidad de dar trabajo…..
3 la fiesta
La
lluvia seguía sin caer y en su lugar el calor fundía superficialmente los
cuerpos móviles bajo otra lluvia de notas entrelazadas con desigual acierto.
Las caras a la vista y los ojos presos tras opacos cristales que escondían,
según el caso, belleza, cansancio, llanto y alcohol; todo uniformado bajo el
mismo ritmo, pachum pachum chim pon y otra vez pachum…
La
mayoría eran prohombres, partícipes tanto de las mas profundas muestras de
fervor religioso durante la semana santa y portadores sin separación del traje
de carnaval bajo el de nazareno y bajo este una piel orgullosa de pertenecerle.
Tras o entre ellos, las no siempre más hermosas muchachas del lugar
compartiendo con todos su saberse deseadas y envidiadas por unos días…
Mario
bajó los escalones con su hijo en brazos, el pequeño tan solo intuir que iba de
paseo se agitaba y reía de alegría imitando el ruido del tambor, que era lo que
más le había gustado de sus primeras semiconscientes fiestas.
Sara
salió después preguntando que tal iba, a lo que Alberto dijo “papa” y Mario que
guapísima como siempre. Sara concluyó que ya se lo preguntaría a alguien más
imparcial como su madre. Nada mas llegar a dicha calle Sara increpó a Mario
para que condujera el cochecito por el centro pues hoy estaba cortada la
circulación a motor, no era nada fácil para Mario que en cuanto dejaba de darse
cuenta, rápida e inconscientemente subía a la acera como buscando protección…
Ya eran
casi las doce y la multitud había tomado la calle. Avanzábamos lentamente
esquivando a los sonrientes paseantes, dueños del asfalto por unos días, y de
cuando en cuando nos abordaban los pequeños grupos musicales que incitaban al
baile con desigual aceptación. Con excesiva frecuencia nos veíamos obligados a
parar para recibir los saludos y carantoñas que Alberto agradecía con una
elevación de brazos con sonrisa intentando conquistar una porción de asfalto
que le liberara del cochecito.
-¡Pero qué guapo vas hoy! Decía
“la grilla”, dueña de un quiosco de variedades de gran arraigo en la población
mientras su hermano hacia chocantes muecas que resultaban del total agrado de
Albertito.
-¡Es igual que tú, Mario, no
podrás negarlo!, nos comento por enésima vez Noelia, tía de Eloísa, amiga de
Mario y Sara y mujer de Marcos, éste padecía una excelente enfermedad pulmonar
que fundamentalmente le causaba fatiga, en más de un sentido, y obesidad manifiesta, esta excelente
enfermedad parecía haberla heredado en parte su hijo que intentaba imitarlo
quedándose por desgracia en fatigosa obesidad.
A trompicones y haciendo uso de
todos los músculos posibles para esquivar los obstáculos móviles conseguimos
llegar a la altura donde nos esperaban Eloísa
y Juan con su hija Lorena.
Buenos días, saludó Eloísa
mirando a Alberto. Eloísa era una mujer muy elegante, siempre bien vestida y de
andar distinguido. Era de la edad de Sara y albergaba una recóndita tristeza en
su sonrisa. Se había casado no mucho después que Sara con Juan, joven también
pero menos que Mario. Juan era lo que podíamos llamar un realista a ultranza,
preocupado por su salud y buen conocedor de la cara cómica de la realidad a la
que parodiaba con especial gracia en no pocos momentos. A Mario le agradaba su
compañía al igual que a Sara.
Lorena
era menor que Alberto y se parecía a primera vista más a Juan, pero mantenía en
sus ojos esa ternura mezclada con tristeza natal que tanto embellecía a su
madre.
Buenos días, replicaron casi a
coro Sara y Mario……..
Fulgencio Aparicio Carrión (alrededor de 1995)
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