SENSACIÓN BOSQUE. OTOÑO
Caía, quería evitarlo pero caía,
el viento lo empujaba sin perdón. Atrás quedaba el viejo árbol que le dio vida
durante un año, al fin llegó al suelo, cerca de otras muchas hermanas ya secas.
Otra vez
estaba en el aire y notaba presión en su fino tallo, los dedos del hombre la
elevaban ahora.
Vaya,
esta acaba de caer, pensó. Llevaba ya un buen rato sentado con su espalda
apoyada en el viejo tronco, había notado como de improviso se había levantado
esa ligera brisa que trajo a la hoja hasta él. Al hombre le gustaba este sitio,
desde ahí podía mirar a la espesura del bosque, y con sólo girar un poco la
cabeza veía el límite del bosque con el árido valle donde vivía. Se fijó por un
momento en el bosque, observó la plácida penumbra que allí habitaba, bajo los
árboles, victoriosa ante los tímidos rayos de luz que dejaban pasar las hojas y
escuchó, si, escuchó la voz del bosque, esa voz susurrante y débil que se
dejaba suavemente modular por el viento y la lluvia, como si de un gigantesco y
verde instrumento musical de tratara.
SENSACIÓN BOSQUE. INVIERNO
Era tarde, entre la penumbra se
veía caer la nieve. Yo conocía ese sonido, era como una lluvia de plumas
pesadas y blancas. Me apreté mi viejo gorro de piel de zorro y salí del cobertizo,
como tantas veces volví a tropezar en el escalón del centro, abrí la vieja
puerta de madera y entré en la cabaña.
Todo seguía en su sitio, el fuego
encendido, el viejo quinqué sobre la mesa y mi camastro deshecho. ¡Oh!, sí,
éste es mi hogar. Dejé las pieles sobre la mesa y decidí hacer café.
Mientras se hacía recordé
aquella vieja canción:
¡Oh! Bosque solitario y perdido,
Ya lo he decidido,
Dejaré la ciudad para ir contigo.
¡Oh! Viejo bosque perdido
Haz de mí tu mejor amigo.
Voy, voy ya mi amigo
Voy a estar contigo……….
Fulgencio Aparicio Carrión.
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