sábado, 24 de noviembre de 2012



EL BOOMERANG

L

o lanzó con todas sus fuerzas pero no consiguió que volviera a el tampoco esta vez. Lo había hecho de lo que tuvo más a mano, la espada rota del desván que debía pertenecer a un antiguo antepasado suyo, y que no entendía como había sobrevivido al tiempo en una vieja caja de madera sin que nadie hubiera pensado en soldarla, arreglarla, colgarla o tirarla. Él la encontró de casualidad cuando estaba, obligado por la señorita Lola, estudiando la geografía e historia de Australia.

Isidro era curioso por naturaleza, lo cual podría parecer normal para un niño de catorce años, era curioso en grado sumo, él quería ser investigador, ¿de qué?, no le importaba, lo variaba día a día según descubría nuevos campos de experimentación y conocimiento. Lo que no esperaba era el grado de fascinación que sintió cuando la señorita Lola les enseñó una lámina donde se veían a los aborígenes australianos cazando.

Al principio no le llamó la atención más que el gran parecido que presentaban con los monos, eran unas caras rarísimas para su mente investigadora. Evidentemente eran de un escalón anterior en la evolución, puesto que parecían tener mayor relación con chimpancés que con europeos como él. En el horizonte se veían ratones inmensos que Doña Lola llamó canguros y de pronto se fijó en una caña curvada que llevaba el aborigen ceñida en una especie de bañador roído. Doña Lola les explicó que era un boomerang, arma arcaica que al ser lanzada contra una presa en movimiento, y no conseguir acertarla, volvía solo a su dueño que no tenía que moverse en todo el proceso.

.

¿Cómo? - pensó Isidro- ¡pero señorita!. !- preguntó- ¿podría repetir?.

¿Qué quieres que repita?, Respondió Doña Lola.

Lo del palo que vuelve, ¿cómo puede ser, si es sólo un trozo de madera?.

Isidro, mira, yo no sé exactamente como es, pero sé, que al ser lanzado de una determinada manera avanza dando círculos sobre sí mismo y a su vez hace un círculo mayor por el que va y viene.

No lo entiendo señorita.

Mirad, os lo voy a dibujar.

Lola estaba ya un poco cansada de estos pequeños monstruos, pero su afán de explicarse, aunque fuera en temas no propios de su materia, la incitó a dibujar lo mejor posible un aborigen del cual salía una "ele" que avanzaba dando vueltas sobre si misma y rodeando la pizarra volvía a la mano que la lanzó.

¡Qué bueno!- pensó Isidro- esta tarde me hago uno. Con esto se pueden cazar palomas, gorriones, ¡todo! Y sin necesidad de moverse, no me lo creo, ¡no puede ser!, ¿Cómo va a volver?.

Y volvía, sí, pero diez metros a su derecha o diez a su izquierda. ¡Algo falla!. Exclamó Isidro con el brazo exhausto de tanto lanzamiento. Había cogido una rama, lo más parecida a la "ele" del dibujo. Probó un rato más con otra más abierta pero no era eso, ¡algo fallaba!.

Llegó a su casa con el brazo colgando pegado al cuerpo y quejándose de dolor, disimuló ante su madre. Ésta, lo recibió como siempre, con un beso y un bocadillo e Isidro preguntó: ¿está papá?.

Sí hijo, está arriba, anda, sube y salúdalo.

Su padre fumaba una pipa mientras leía a Borges en su sillón preferido. Sonrió al ver a su hijo y lo besó.

¿Qué tal campeón, cómo va todo?.

¿Papá, tu has hecho alguna vez un boomerang?, preguntó Isidro con esa confianza ciega en la omnipotencia y sabiduría paterna, que por otra parte va menguando con la edad y no sólo por ella.

Su padre lo miró sorprendido y al instante respondió:

Sí, ¡claro!, hace tiempo.

¿Y conseguías que volviera a tu mano?. Inquirió Isidro.

Pues claro hijo, de eso se trata.

Isidro, explicó aceleradamente a su padre sus vanos intentos y su padre, sintiendose padre y maestro a la vez le explicó que debería usar materiales más planos; que una rama era demasiado cilíndrica para volver con el ángulo correcto.

¡Claro!- pensó Isidro- ¡ya lo tengo!- no me digas más papá, y salió de la habitación casi corriendo.

Sin pensar en nada más subió al desván en busca de tablones viejos, de alguna caja que quedara almacenada o alguna cosa que pudiera servirle para construir un buen boomerang. Y allí estaba, una caja de tablones. Ya se disponía a desclavarlos cuando encontró dentro de ella, envuelta en unos trapos, la espada.

Era perfecta, plana y partida en dos trozos, eso era lo que buscaba, sólo había que atar lo dos tramos haciendo ángulo e incluso la podría lanzar por la empuñadura. Además, pensó, si afilo uno de los lados podrá cortar lo que encuentre al paso y así aunque no vuelva, ¡habré cazado!.

Ya había destrozado más de una rama de los árboles vecinos con su arma y asustado a una paloma que acudía a beber al arroyo. Necesitaba más fuerza, más potencia al lanzarlo, su mente no cesaba de pensar ¿cómo?.

La cámara de la bicicleta podría servir, era una bici que ya no usaba pero la cámara aunque pinchada podría ser una perfecta lanzadera. La cortó por el centro y ató cada uno de sus extremos a una rama de modo que quedara tenso; apoyó el boomerang por la parte no cortante y lo intentó. Al principio no avanzaba nada y además no giraba lo necesario, pero esta vez no fallaría. Había visto un grupo de palomas posadas en el sembrado que tenía delante y sólo veía alguna de sus cabezas; pensó, si lo lanzo bien y alzan el vuelo, puedo cazar alguna y llevárselas a mi padre, sé que le gustan los "pucheros de pichón" que le hacía mi abuela.

Empleó toda su fuerza, calculó el ángulo, calculó el giro y lanzó su arma.

Las palomas, asustadas, alzaron el vuelo, y el boomerang segó la cabeza de dos de ellas. Isidro vio sus cabezas subir y sus cuerpos bajar. Extasiado, clavó su mirada en donde caían sus cuerpos y por una vez no miró su arma, esta vez si lo había conseguido, el boomerang consiguió cazar y volvía a su amo, que esta vez no lo esperaba. Su cabeza subió y su cuerpo cayó.


Fulgencio Aparicio Carrión.

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